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domingo, 24 de junio de 2012

El emperador del ladrillo



© CARMEN PEREZ

Lo cierto es que, el fulano, parecía honrado. Un tipo seguro y desenvuelto que pisaba fuerte cuando de niño caminaba, con los cuadernos rubio en la mano, por las estrechas corredoiras de la aldea en la que creció.
En el pueblo comentaban que de joven tenía ganas de comerse el mundo y matrimonió, como dicen las abuelas por aquí, con una chica con tierras y posibles. Fue el punto de inflexión que le permitió dar un giro a su vida y adquirir una sonrisa burlona que anticipaba las malas artes que unos años más tarde le llevarían a convertirse en “El emperador del ladrillo”.
El principio de la larga y exitosa carrera comenzó en la época del dinero fácil donde los papeles que guardaban las escrituras de fincas rústicas, viajaban en maletines hasta convertirse por arte de magia en modernas parcelas volcadas sobre las rocas o en arenales con vistas a la playa, donde la firma de un individuo sin escrúpulos cotizaba en algunos momentos más que un cuadro de Picasso.
Narcisista y prepotente, cada vez más satisfecho y seguro de sí, disfrutaba hablando de dinero y presumía ante los parroquianos de que; “algunos concejales comían en su mano”. ¡Pena de grabadora!
Le gustaba aparcar el BMW berlina, frente a los establecimientos más concurridos del pueblo. Era frecuente ver cómo aparcaba sin vacilar frente a la panadería dejando el cochazo valorado en más de 90.000 euros con las luces encendidas, mientras charlaba en la cola con las vecinas, qué arqueando las cejas y entre susurros se preguntaban de dónde sacaba tanto para hacer esos dispendios.
A veces para dejarse notar, olvidaba intencionadamente las llaves del vehículo en la carnicería o, en la pequeña droguería del pueblo para qué, si alguno no lo había notado, apreciase la similitud entre su vehículo y el de los grandes banqueros.
Su prepotencia y chulería  eran la comidilla de todo el pueblo.
Todo el mundo sabía, conocía e incluso denunciaba, pero para consternación de los vecinos un manto de silencio tapaba las palabras pronunciadas por aquellos que sabían un poco más que los demás.
En el banco, por supuesto, le hacían la ola cuando llegaba. El director cobraba cuantiosos bonus por prestar dinero a un individuo que sólo tenía solares como patrimonio, pero los apartamentos, áticos, trasteros o garajes aparecían dibujados con la precisión de un delineante ante aquellos ojos tan ávidos de parné.
Los bancarios, ni valoraban riesgos, ni pidieron avales . ¡A ganar dinero! Fue el lema de aquél pequeño y coqueto banco de toda la vida que sustituyó a verdaderos profesionales, por mindunguis y clones contratados, que bailaban la samba del billete y eso que el gran Botín dice que los bancos no son responsables de la crisis a pesar de que buena parte de los solares que tienen en cartera, han perdido más de la mitad de su valor.
Estaban todos tan entretenidos adulándose entre sí; -banqueros, bancarios, promotores, inmobiliarios- y construyendo castillos en el aire, que no se dieron cuenta de que navegaban en el Titanic por un océano plagado de grandes icebergs.
A pesar de los avances tecnológicos, de las miles de comisiones creadas ah hoc, de las voces que clamaban en el desierto susurrando, que el dinero fácil tenía fecha de caducidad, el emperador del ladrillo” y sus acólitos, desde sus atalayas cercanas a la nubes seguían creyendo como el capitán del Titanic que el barco nunca se hundiría.
Fueron, sin duda para algunos, años de esplendor; fiestas y banquetes en grandes villas rodeadas de jardines de diseño, opíparas comidas en restaurantes de tres o cuatro tenedores, donde se degustaban delicias culinarias y vinos excelentes que nunca antes habían catado. Viajes en bussines, islas perdidas en El Índico; todo servía para demostrar el aprecio que los nuevos ricos del ladrillo tenían por el dinero fácil y la ostentación vana.
Sin embargo, el barco encalló y entre la confusión más absoluta y, en lenta desbandada, “el emperador” y demás ladrilleros se refugiaron entre los muros de sus grandes mansiones, que por supuesto no están a su nombre, dejando eso sí a miles de ciudadanos e instituciones financieras ahogándose en la pantanosa ciénaga del ladrillo.
El fulano y sus vástagos, ladrilleros de un pequeño pueblo de la costa llenaron sus cuentas.  Constituyeron un entramado societario para que, cuando viniesen mal dadas, sus bienes estuviesen protegidos de jueces valientes o inquilinos molestos que no se conformaban con hacer reverencias ante  el emperador del ladrillo. Hoy siguen disfrutando desde el puente de mando de un barco a la deriva, conocedores de que en el último momento uno de los botes salvavidas les recogerá para ponerlos en tierra firme y con los bolsillos llenos de billetes.
Ahora resulta que el Fondo de Garantía de depósitos, que pagamos los contribuyentes, es insuficiente y los papelitos sólo han servido para pagar cuantiosas indemnizaciones o jubilaciones millonarias a todos aquellos gurús, que hundieron a las entidades en una fosa más oscura que la de las Marianas.
Los demás, los que no han practicado la elusión fiscal, ni tampoco  han despilfarrado el dinero que no era suyo, a pesar de los esfuerzos por mantenerse a flote en un momento determinado, dejaran de luchar y su cuerpo será arrastrado por la corriente hacía las simas del infierno.
Es una vergüenza que en un país moderno y en una sociedad del siglo XXI se permita a individuos, que asaltaron la caja de caudales llenando sus bolsillos  o cobrando cuantiosas indemnizaciones por un trabajo mal hecho, seguir disfrutando de lo que no es suyo mientras miles de honrados ciudadanos que siempre cumplieron con sus impuestos acuden a los comedores sociales para poder confundir el estómago con alguna vianda digna y a los roperos de las iglesias, para que sus críos calcen unos zapatos que no tengan las suelas rotas o gastadas.
¿Con qué ánimo afrontan los miles de jóvenes su futuro cuando ven que sus familias han luchado toda la vida para darles un futuro digno y lo único que encuentran son las maletas en la puerta para volar hacía algún país que les ofrezca la dignidad que aquí les negamos?

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