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jueves, 30 de abril de 2015

POBRES.


Pobres, lo que se dice pobres, son los que no tienen tiempo para perder el tiempo.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que no tienen silencio ni pueden tenerlo.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que tienen piernas que se han olvidado de caminar, como las alas de las gallinas que se han olvidado de volar.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que comen basura y pagan por ella como si fuera comida.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que tienen el derecho de respirar mierda, como si fuera aire, sin pagar nada por ella.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que no tienen más que la libertad de elegir entre uno y otro canal de televisión.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que viven dramas pasionales con las máquinas.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que son siempre muchos y están siempre solos.
Pobres, lo que se dice pobres, son los que no saben que son pobres.


EDUARDO GALEANO

miércoles, 29 de abril de 2015

In memoriam EDUARDO GALEANO


"Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en llovizna cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.


Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la
liebre,
muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica
roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que les mata.


Eduardo Galeano

lunes, 27 de abril de 2015

"La magia de la educación"


 “La educación es lo más parecido a la magia que existe en el mundo. Nada puede transformar la vida de una persona como lo hace la educación. Infunde confianza y permite que la persona descubra su propia voz. Además de beneficios obvios, como una mejor forma de vida y una vida más positiva, la educación contribuye a mejorar la sociedad en general: una sociedad en la que cada uno es consciente de sus derechos y de sus obligaciones.”

Nivasini, alumno indio de secundaria.

Recientemente he visto un reportaje televisivo en el que, durante el periodo de 21 días de convivencia en una comunidad menonita instalada desde principios de siglo XX en Mexico, la autora, una joven periodista española, va mostrando la vida de este grupo que ha persistido gracias a unas severas normas cuyo objetivo es su pervivencia como grupo manteniendo sus costumbres y forma de vida enormemente diferente a la cultura occidental de donde surgieron y en donde están insertos, aunque solo territorialmente.
Es un grupo cuyo fundamento y clave identitaria es su particular entendimiento de la religión cristiana. Todo gira en torno a la religión para la que lo importante es el mantenimiento del grupo fuera de influencias externas. Es más fácil no pecar por desconocimiento que por enfrentarse a situaciones que pueden estimularlo, podría ser una síntesis muy simplificada de los principios que les hacen ser tan diferentes y estar tan aislados de su entorno.

El tiempo en sus comunidades quedó paralizado hace siglos, cuando el sacerdote católico anabaptista Menno Simons, a finales del S. XVI, comenzó su propagación a lo largo de Europa.
El aislamiento mantenido, entre otras cosas, por no hablar otro idioma que el llamado bajo alemán, variante antigua que solo ellos conocen; la situación de la mujer en su papel de abnegada madre y ama de casa, siempre dos pasos por detrás del varón; la negación absoluta del progreso, todo ello y más, dirigido y reglado por el lider religioso de la comunidad, me han impresionado.
Pero lo que me ha sobrecogido más es la escuela, a la que los niños acuden hasta los 12 años cinco horas diarias, en la que no hay más libro que la biblia, en donde lo único que aprenden que no sea cantar salmos o leer para conocer el libro sagrado, es unos rudimentos de cálculo para saber cuántos adobes hacen falta para construir sus casas o para llevar la mínima contabilidad para la venta de sus productos. Escuela en donde no les enseñan nada, absolutamente nada, que pueda ubicarles en el mundo en el que viven para que así no tengan interés por salir de él, y conseguir que sean, como sus padres, mansos observadores y defensores del fanatismo de sus líderes religiosos.
En estas fechas ando consultando los trabajos que desde 2011 se están realizando con el auspicio de las Naciones Unidas para preparar la “Agenda para el desarrollo después de 2015” que pretende ser la continuadora y renovadora del programa “Objetivos del Milenio” de la misma institución que finaliza este año. En un informe preparatorio de la Agenda sobre la educación codirigido por la UNESCO y UNICEF, además de un análisis de la situación mundial de gran interés que pone de relieve que la educación era uno de los objetivos del milenio que no se han conseguido, leo lo que va como entradilla de esta reflexión. Su autor es Nivasini, un niño indio alumno de educación secundaria, y no puedo por menos que pensar con enorme tristeza en esas niñas y niños menonitas que son educados precisamente para lo contrario que Nivasini aspira, para no ser libres.
______
PML

lunes, 13 de abril de 2015

"Las identidades asesinas"

Es el título del libro de Amin Maalouf, por el que ganó el "Premio Europeo de Ensayo Charles Veillon," premio instituido después de la Gran Guerra, con el deseo de contribuir a la reconciliación de Europa por medio de la cultura.
El autor dice que le gustaría que su libro fuera sacado de una estantería por un joven muchos años después de escrito y que el interés que le despertara en una ligera ojeada fuera su desfase con la realidad. Pero han pasado 17 años, desde que lo escribiera en 1998 y desgraciadamente sigue de actualidad. Desgraciadamente, porque los conflictos surgidos de un entendimiento errado, torpe y radical de la identidad, de las identidades, no sólo han disminuido, sino que se han acrecentado. Para demostrar esta afirmación, no hace falta buscar en los anuarios de noticias, ni siquiera recordar los brutales atentados que dieron la vuelta al mundo como la destrucción de las torres gemelas, sólo recordar el impacto que nos han causado los últimos acontecimientos de los que se han hecho eco los medios de comunicación y cuyas imágenes han quedado grabadas en nuestra mente con tinta indeleble, como son los asesinatos de "Charlie Hebdo", la quema de un hombre o las decapitaciones filmadas para causar el terror en occidente, o los horrores que cotidianamente ocurren en Nigeria donde campa el grupo "Boko Haram", como la niña bomba previamente secuestrada por esos fanáticos a la que en el mes de enero hicieron estallar, y otros muchos que cada día no son ni noticia pero que siguen asolando el planeta y llenándolo de dolor, impotencia y rabia. La mayor parte de esta violencia, de estos baños de sangre, está bajo una bandera identitaria de gentes ignorantes, irracionales, de personas fanáticas que creen que la única manera de “salvar” aquello en lo que creen es con la barbarie de la fuerza, la violencia y el miedo. Así quieren imponer a todo el mundo lo que creen es su identidad.
Identidad de muchos tipos, de raza, religión, cultura, lengua, política, nacionalidad, identidad de creencias de todo tipo…
De los problemas que causan estas identidades monolíticas habla este ensayo en el que el autor comienza por analizar el fenómeno identitario, esa bestia que necesita constantemente alimentarse, dice, y que está ligado a la necesidad de pertenencia de las personas.
De manera clara y sencilla expone su posición. La identidad, para él, es algo que se compone de todos los elementos que nos han conformado como somos. Defiende que lo que hace que las personas seamos únicas, tengamos una identidad propia, es un conjunto muy diverso de pertenencias que no pueden compartimentarse. Y la combinación, la escala de prioridades, que no la yuxtaposición de esas diferentes pertenencias, no es fija sino que evoluciona al ritmo que lo hace cada persona. Si una de esas pertenencias se toca, es toda la persona la que se resiente. Poniéndose de ejemplo él mismo, nacido en Líbano y francés de nacionalidad, no puede elegir entre sentirse más libanés o más francés, tampoco puede priorizar su lengua árabe o francesa. Origen, lengua, religión, tomadas como únicas identidades, son la mayor parte de las ocasiones las que están en el origen de tanto estrago. La defensa de esa pertenencia que se siente como preponderante lleva a los bárbaros, primero a defenderla y luego a querer imponerla como sea, por tanto, hay un afán de dominio, de poder, a alcanzar sea como sea sin importar el método.
Habla de los que denomina “seres transfronterizos” para indicar a las personas que tienen pertenencias confrontadas. Pensemos en los años 60 un argelino francés, dos pertenencias que se excluían una a la otra al punto de provocar una guerra de la que nadie salió indemne, como de ninguna guerra, y considera que estas personas pueden desarrollar una labor fundamental, la de servir de polos de unión, de pasarelas, de mediadores, entre las diversas comunidades y culturas, ayudando a disipar malentendidos, a atemperar, a razonar y en fin, a prevenir y resolver confrontaciones…
Descendiendo a terrenos más cercanos, también la defensa de pertenencias como atributos cuasi únicos de la identidad, ha llevado en nuestro país y más concretamente en tierras vascas, a situaciones de extrema violencia en un pasado todavía muy reciente y es tema candente en otros lugares ocasionando tensiones de todo tipo de las que somos testigos. Tensiones que en nuestra cotidianeidad podemos también identificar en el trabajo, en nuestras comunidades de vecinos, incluso en nuestras familias, en la política y, en definitiva, en todos los ámbitos sociales en los que nos desenvolvemos.
La parte final del ensayo está dedicada a posibles soluciones. Habla de la empatía como una necesidad en cualquier acercamiento al otro para comprender esa identidad que defiende, habla de tolerancia para aceptar otros planteamientos diferentes a los propios, habla de reciprocidad en los intercambios culturales para que de las diferencias de los otros aprendamos y nos enriquezcamos, habla, en fin, del “justo medio”, esa difícil combinación en la que ni tú ni yo somos vencedores porque a nadie tenemos que ganar la batalla, en la que yo te escucho con respeto, intento comprenderte, pero, en cualquier caso acepto la diferencia, esa situación en la que no te juzgo, no categorizo, no adjetivo, y te recibo como eres.
Y habla de la necesidad de las personas de no sentirnos atacados por ninguna de nuestras pertenencias, de que no tengamos que ocultarlas por miedo a no ser comprendidos o, peor aún, por miedo a ser atacados. Habla, en fin, de un entendimiento de concordia para el que es precisa una gran serenidad, donde no quepan suspicacias, donde los malos entendidos se perciban como tal y no como ataques, donde al otro se le presuponga la mejor intencionalidad y nosotros desterremos los prejuicios.
¿No nos suena todo esto a masonería? ¿No es nuestro método el de la escucha activa en búsqueda de la comprensión de lo no descubierto o de lo diferente? ¿No nos recuerda a tantas reflexiones acerca del tema de la fraternidad? ¿No está hablando de nuestros valores humanistas y de progreso? ¿No está planteando que extendiendo nuestra divisa al mundo lograríamos una convivencia enriquecedora de todos en donde la diferencia fuera un valor?
Finalmente, propone traspasar las pequeñas o grandes pertenencias de cada cual para encontrarnos todos en una identidad global de la que nadie pueda ser excluido, la del ser humano. Lo dice con las siguientes palabras:
“Habría que actuar de manera que nadie se sienta excluido de la naciente civilización común, que cada uno pueda encontrar su lengua identitaria y ciertos símbolos de su propia cultura, que pueda identificarse aunque sea un poco, en lo que ve emerger en el mundo que le rodea en lugar de buscar refugio en un pasado idealizado. Paralelamente, cada uno debería poder incluir en lo que cree ser su identidad, un nuevo componente que está llamado a ser cada vez más importante en este nuevo siglo: el sentimiento de pertenecer también a la aventura humana”
En fin, es un libro altamente recomendable para nuestras reflexiones, para trabajar la autocrítica e insistir en esas soluciones que buscamos los masones con nuestro trabajo de construcción del templo para el progreso de la humanidad.