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domingo, 27 de enero de 2013

Ilusión y alegría



El ser humano busca la felicidad, y en esa búsqueda suele verse oscilando, como si su alma pendiera de una balanza, entre la alegría y la tristeza. Sin advertir, con los ojos cerrados al corazón, que la fuente de la que manan alegría y tristeza es la misma. Que alegría y tristeza no son sino dos formas distintas de una misma realidad, el ego enmascarado, que dicta con sus anhelos, con sus deseos y con sus frustraciones el manar de las lágrimas, el terror del dolor o el falso consuelo de la risa. Cuanto más sonoras sean esas risas, más abrumadoras serán también las lágrimas.


Solo el corazón vacío, el corazón que ha muerto a la forma, el corazón iluminado que ha sabido superar el velo de la muerte y abrirse a la superación de la dualidad, superará también la alegría y la tristeza inconscientes, y pasará a ser reino de la Alegría del iniciado, del ser humano libre.


La Alegría del masón se sostiene sobre la Luz, su reino es el corazón, es el gozo sereno del alma reencontrada con el Amor y la Sabiduría. Es la alegría de la contemplación y el ejercicio del Silencio, la paz del abandono de la avidez, donde se ha apagado el fuego del deseo, el dolor del odio y la enfermedad del cuerpo. Es la divina quietud bañada en el oro de los Sabios que surge de la muerte del ego, de sus ambiciones, de las felicidades ilusorias nacidas de falsas realizaciones de la forma y de las frustraciones surgidas de las piedras en el camino. De la muerte de los miedos y de las ambiciones. Es la suprema liberación de las alegrías y pesares, sin rehuir el rostro a su existencia, a las insuficiencias del hombre y a las limitaciones de nuestra condición.

Porque, en efecto, el Masón es el ser despierto, aquel que reconoce el blanco y el negro, el cero y el uno, el buscador de una palabra perdida y su trabajo es una construcción de carácter inacabable. Su camino es la obra.

Y ahí, surge otra forma de alegría a la que también hemos de entregarnos. Al terminar el tiempo simbólico, el V.:M.: pregunta a los Vigilantes: “¿Están los obreros contentos y satisfechos?”, y lo hace porque la alegría no solo es, como veíamos, una de las características del Iniciado sino también uno de los frutos de su trabajo. El salario del masón, la sal alquímica que alimenta el fuego de la búsqueda y la transmutación es, en buena parte, ese gozo, ese reinar de la alegría: en este caso por el trabajo realizado.

Para ello, y si queremos que la inmensidad del trabajo no derrumbe la obra con la desesperación, nuestro objetivo final deberá abandonar todo rastro de ambiciones individuales. Si los objetivos se definen por bienes impersonales, superiores, no habrá cabida a miedos, frustraciones, ni desesperos. Todo será un tranquilo y sereno discurrir bañado en la alegría del corazón. Esa debe ser la ilusión del Masón y la ilusión que le anime a acudir a todos los trabajos con la sonrisa de la alegría.

El budismo recomienda la contemplación microscópica, la contemplación del detalle, la contemplación abandonada de una flor de loto para alcanzar lo infinito de la divinidad. De esta misma forma, una buena práctica es concentrar fuerza y amor en cada golpe con el que pulimos nuestra piedra, concentrarnos en la solidez con la que poco a poco se van construyendo los muros.
La alegría no celebra los contenidos concretos de la vida, a menudo atroces, sino la vida misma porque no es la muerte, porque no es “no” ni “sí”, porque lo es todo y es la nada.

Nuestra alegría, en Logia y fuera de ella, ha de ser una celebración de los encuentros, una celebración de que somos y estamos sobre la Tierra con nuestras herramientas para construir, con una tarea y un proyecto lleno de sentido. Una celebración de la vida.

La vida humana está llena de sufrimiento y la alegría no significa ignorar esa realidad. Es contemplar y celebrar todas esas posibilidades: todo lo contrario a un ejercicio de escapismo: es convertirnos en el regalo de vida de la naturaleza, en la alegría sencilla de los pájaros. Es ser una alondra cuyo canto hace vibrar hasta lo más profundo del alma a quien la escucha. Un ave que canta en pleno vuelo, siendo así la personificación de la alegría de vivir por la propia vida, de la plenitud.

Un canto al amor hecho vida. Como cantaba Willian Blake:

Su pequeña garganta trabaja bajo la
inspiración; cada pluma
De su garganta, de su pecho y de sus alas
vibra confluencia divina.
La naturaleza entera le escucha en silencio,
y el temible sol
Se queda inmóvil encima de la montaña,
mirando este pequeño pájaro
Con tierna admiración y humildad,
con amor y veneración.



He dicho,
Hoja
M.:M.:



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